Las rocas respiran oxígeno verde azulado mientras sudan los sueños turquesas de los veranos rotos. La piel tirante se expande para empaparse del recuerdo, como si aquello que ya fue pudiera recuperarse con una sota. Los ocres atenúan el dolor de un azul intenso que se embravece en el infinito mientras nosotros nos hacemos pequeños. Entre tanto, una sonrisa se abre paso, salada, consciente de su afrenta. Y aún así es bien recibida porque al final, porque como siempre, las rocas también respiran.