Listas, guapas, limpias de Anna Pacheco

Cuando eres niña, crees que los padres solo pueden hacer cosas ejemplares, y luego te enteras de que solo hacen lo que pueden.

Listas, guapas, limpias de Anna Pacheco, editorial Caballo de Troya

Llego como siempre tarde a uno de esos libros que llenan el twitter de elogios, muchos de ellos de gente a la que admiro. Sentí que cuanto más pasaba el tiempo más expectativas iba a crear y más presión le iba a añadir a la lectura, así que dejé pasar unos meses antes de ponerme con este libro. Ayer, por fin, lo empecé. Y ayer, con lástima, lo terminé. Y he de aclarar que la lástima hace referencia al grito contenido que mi yo adolescente ha manifestado durante toda la lectura, reconociéndose y consolándose como buenamente podía.

Listas, guapas, limpias de Anna Pacheco es un retrato, una personalidad, una fase. La que podría ser de muchas: esa que te sostiene cuando empiezan a cambiar muchas cosas muy pequeñas muy rápido. Si Listas, guapas, limpias fuera una canción, sin duda sería I’m not a girl not yet a woman de Britney Spears. Y hay preguntas que son las mismas que te hacías tú, amigas que son calcadas a tus amigas, y es inevitable pensar en que si entonces mis preocupaciones no eran personales e intransferibles pero probablemente colectivas por qué nadie me lo dijo antes y nos habríamos ahorrado todo este disgusto.

Me pregunto a qué edad las señoras se hacen de derechas.

Listas, guapas, limpias de Anna Pacheco, editorial Caballo de Troya

Listas, guapas, limpias es la hija, la madre y la abuela, pero sobre todo es las amigas que acompañan, las que te dicen que todo pasa cuando ellas también lo están pasando y no están montando el numerito que estás montando tú. Porque a las mujeres casi nunca, a ninguna edad, se nos concede la oportunidad de llorar y quejarnos tranquilamente, siendo escuchadas, si no que se nos forja como a figuritas de hierro siempre erguidas y con la vista permanentemente al frente. Para pensar pero nunca decir lo que duele, lo que dolerá al otro, y en lo que hay que gastar cuanto antes porque se está poniendo malo en la nevera. Y puede, pero solo puede, que lo que me haya dejado tocada no sea la constante apariencia de fortaleza obligatoria, si no la vergüenza que se siente cuando esa fortaleza se resquebraja mínimamente y no hay ojos que te digan que es normal, que no estás sola. Aunque de verdad, a efectos prácticos, nunca lo estés.

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