Durante el juicio, el jurado se vio obligado a elegir: ¿es un chico íntegro o es un monstruo? Yo, sin embargo, jamás cuestioné que nada de lo que se dijera no fuera verdad. De hecho, necesito que sepáis que todo era verdad. El chico amable que te ayuda con la mudanza y que echa una mano a la gente mayor en la piscina es el mismo que me agredió. Una misma persona puede ser capaz de ambas cosas. Normalmente, a la sociedad le cuesta entender que estas verdades suelen coexistir, que no se excluyen mutuamente. La maldad puede esconderse en una buena persona. Eso es lo terrorífico.
Tengo un nombre de Chanel Miller, editorial Blackie Books.
Que alguien me violara ha sido mi mayor miedo desde muy pequeña. Supongo que en algún momento de mi infancia mi madre me debió arrinconar para decirme con los ojos muy abiertos que debía salir corriendo si alguien intentaba inmovilizarme (madres italianas). Recuerdo que me costaba muchísimo jugar a los juegos de pilla pilla en el patio porque me faltaba el aire cuando me pillaban. Que una vez un niño me empotró contra un pino en el patio y empecé a gritar como un cochinillo en una matanza. Que cuando mis amigas y yo éramos adolescentes, pasábamos la tarde en la calle y se nos acercó un chico que llevaba tiempo mirándonos raro para preguntarnos la hora pese a llevar puesto un reloj. Recuerdo que nos asustamos mucho y llamamos al hermano mayor de una de las amigas para que nos acompañara a casa. «¿Tía pero seguro que llevaba reloj? ¿Tú lo viste? ¡Qué locas! Jajaja.» Porque cuando pasaban estas cosas luego siempre nos reíamos. Nada entierra con más eficacia los miedos y las ansiedades que la risa. Hasta fingir que lo olvidábamos para siempre.
La supresión es una forma de opresión, el rechazo a ver.
Tengo un nombre de Chanel Miller, editorial Blackie Books.
Me ha costado leer Tengo un nombre de Chanel Miller. No puedo decir que me ha apetecido leerlo siempre que mi mirada se cruzaba con él, acurrucado en alguna esquina de la casa. Cuando hablando con una amiga para explicarle de qué iba el libro le dije «y fíjate, que el tío solo consiguió meterle los dedos», me sentí asquerosa. No porque estuviera infravalorando lo que le ocurrió, ni mucho menos. Si no porque pensé en todas las veces en las que alguien había podido ir mucho más allá con mis amigas estando inconscientes. En las veces que había pasado conmigo. En lo que podía haber pasado con todas esas chicas que me había cruzado volviendo de fiesta y que ahora, de repente, estaban todas como espectros mirándome mientras iba leyendo.
Solté de un tirón lo peor que había oído decir de mí; opiniones vertidas que yo había memorizado tras leerlas en los comentarios. «Creen que soy, me dicen que, no debería haber», y así sucesivamente. Me dijo «¿Te puedo preguntar si alguna vez se lo has oído decir a alguien en persona? ». Me quedé pensando un rato, apretando los labios, y al fin negué con la cabeza. «No, nunca». Jamás se me había ocurrido que estaba dando la misma importancia a las opiniones de desconocidos en internet que a las de la gente real. Fue una revelación impactante.
Tengo un nombre de Chanel Miller, editorial Blackie Books.
A nosotras siempre se nos pide una ejemplaridad enfermiza. Sentarnos con las piernas cerradas, no poner los codos en la mesa, no hacer contacto visual con los desconocidos que nos dicen que nos reventarían a pollazos por la calle. En el caso de los hombres, como dice Chanel Miller, se da por hecho que les aguarda un futuro brillante. A nosotras nos dicen que podemos ser todo lo que nos propongamos. Así que si no lo conseguimos, seguramente sea por nuestra culpa. Es precisamente la culpa lo que más me ha dolido. Todo debe ser contenido de manera que tu discurso siga siendo el de una persona mentalmente estable sin llevarlo al extremo de que parezca que puedes con todo. Se no exige una fortaleza diaria gratuita que a menudo acaba siendo el puñal con el que nos rematan.
Nadie lo obligó a reconocer los hechos de su presente. Se hablaba de él desde el punto de vista del potencial perdido y de lo que nunca sería, en vez de hablar de lo que sí era. Hablaban como si su futuro aguardara pacientemente su llegada.
Tengo un nombre de Chanel Miller, editorial Blackie Books.
Pero este libro no fue concebido con el propósito de enfadar a las lectoras. Al menos, no ha sido el enfado la emoción predominante. Siento que leyendo a Chanel Miller no solo la he conocido a ella, si no que también me he conocido a mí. Mi mayor miedo se iba haciendo pequeño con cada página leída.
Hace poco leí una cita del libro El lunes nos querrán de Najat El Hachmi que he apuntado en todos lados: «leer, sentirme parte de un mundo que nada tenía que ver con el nuestro, ponerme en la piel de la protagonista de pequeñas y grandes aventuras, me permitía ensayar cómo vivir». Añado que leer también nos permite imaginarnos sobreviviendo. A través de Tengo un nombre he podido vivir mi mayor miedo sin tener que padecerlo. He sentido que me destrozaría la vida, pero también que ese dolor no sería eterno. O sí, pero sin ninguna duda ese hecho no me borraría del mundo, no podría acabar conmigo. He sido consciente de que yo también soy afortunada y cuento con un núcleo duro como el de Chanel Miller. Me he reconocido en Chanel aferrándose a los pequeños gestos de bondad que era capaz de encontrar en el infierno que vivía y que la salvaban todos los días.
Cada vez estoy más convencida de que la vergüenza se va haciendo más pequeña cuando la víctima se desprende de ella, saltando al bando contrario, destapándolo todo, evidenciando que hay un grupo infinitamente mayor de gente que quiere sostenerte y aferrarte cuando parece que todo va a desvanecerse:
Me convertí en la mujer del pelo azul, en la que lleva el piercing en la nariz, en una de sesenta y dos años, en una chica latina, en un hombre con barba. ¿Cómo vas a venir a por mí cuando somos tantos? Uno de los grandes peligros de la condición de víctima es la singularización: todos tus atributos y tus anécdotas se revisten de culpa. En el juzgado intentarán hacerte creer que eres diferente a los demás, una excepción. Que eres más sucia, más idiota, más promiscua. Pero es una trampa. La agresión nunca es algo personal. La culpabilización sí que lo es.
Tengo un nombre de Chanel Miller, editorial Blackie Books.
Finalmente, necesito quedarme con esta última frase que dijo Kyle Stephens, una de las víctimas del médico Larry Nassar y que Chanel Miller comparte:
«Las niñas pequeñas no son pequeñas para siempre —dijo Kyle Stephens—. Se convierten en mujeres fuertes que vuelven para hacer añicos tu mundo».
Tengo un nombre de Chanel Miller, editorial Blackie Books.
Chanel Miller nos ha salvado escribiendo Tengo un nombre porque ahora tenemos otro sitio en el que refugiarnos cuando creemos que no merecemos ser luchadas. Chanel nos recuerda que la verdad siempre merecerá la pena.
Gracias Chanel y gracias Blackie Books.