No se miraron entre ellos ni una sola vez, pero él vio que se habían cogido de la mano. En ese instante no se hallaban en bandos opuestos. No disfrutaban de la desgracia del otro. No esperaban que uno de ellos llorase o se alegrase para atacarlo e inundarlo de reproches. No, en ese instante, ambos pertenecían a un bando que no existía, un bando donde se mezclaban a partes iguales, y por tanto de un modo extraño, la compasión hacia la violencia y la misericordia hacia los asesinos y los asesinados.
El país de los otros, Leila Slimani, Cabaret Voltaire
En esta casa somos muy de Leila Slimani y su Canción dulce. En su día, en La Sarishe 1.0, se hizo una reseña de semejante maravilla. Por eso era inevitable que El país de los otros acabara en casa lo más pronto posible.
Selma vivía entre el ciego amor de su madre y la vigilancia brutal de sus hermanos. Desde que se le empezaron a marcar las caderas y los senos, había sido declarada apta para el combate, y sus hermanos no se reprimían en estamparla de vez en cuando contra la pared. […] Su belleza ponía nerviosos a sus hermanos, que sentían, como los animales, acercarse la tormenta. Querían golpearla de manera preventiva, encerrarla antes de que cometiera una tontería y fuese demasiado tarde.
El país de los otros, Leila Slimani, Cabaret Voltaire
En El país de los otros Leila Slimani nos habla de Mathilde, una mujer alsaciana que se enamora de Amín Belhach, un combatiente marroquí en el ejército francés durante la II Guerra Mundial. Es 1944 y ella lo deja todo para irse a vivir con su marido a Meknés (Marruecos), que en ese momento pertenecía a la zona del Protectorado de Francia. Mathilde no solo se tiene que acostumbrar a un país nuevo, un país que no le pertenece (su apariencia es distinta, ella es extranjera), si no también se ve obligada a conocer a su marido marroquí. Amín tiene un carácter decidido y en mayor medida, hostil. Tiene grandes planes para su finca, quiere sacarle provecho a la tierra, convertirse en un terrateniente como los de Pasión de Gavilanes. Pero las posibilidades de su tierra son muy decepcionantes y el sentir de los campesinos cada vez más peligroso. Amín pone en el centro la finca porque así le han enseñado que debe vivir. Mathilde, sin embargo, como viene ocurriendo con las mujeres que son madres, sitúa en el centro absolutamente todo lo referente a los cuidados.
Pero Mathilde nunca se pierde, siempre hay algo dentro de ella que se mantiene. No es que no quiera a su marido, es que entiende que tiene que adaptarse para sobrevivir. Mathilde conoce su sitio pero no deja de intentar hacerse hueco, ya sea ayudando a los enfermos, como si fuera una especie de María Teresa del Meknés, o apoyando a escondidas a su rebelde cuñada Selma.
Aicha ya había visto a mujeres con la cara amoratada. A algunas madres con los ojos hinchados, la mejilla violeta, el labio partido. En esa época creyó incluso que el maquillaje servía para eso. Para disimular los golpes de los hombres.
El país de los otros, Leila Slimani, Cabaret Voltaire
El país de los otros narra la historia de un país que en ese momento no es de nadie, en el cual todos luchan por ocupar una parte, por tener su espacio. Las tensiones y la violencia van en aumento al mismo tiempo que Mathilde va comprendiendo más a la población autóctona, intentando proteger a su familia de la barbarie.
Ojalá tener los ojos de Leila Slimani, su olfato y su manera de observar tan tangible, que me ha permitido tocar con las puntas de los dedos una historia a la que jamás pensé que me podría haber acercado. Definitivamente, la capacidad de Leila Slimani para mantener en su narración el foco en los puntos que unen los hilos de todos los seres humanos debería ser declarada Patrimonio de la Humanidad.